sábado, 19 de febrero de 2011

Nota sobre la Odisea

Desde mi llegada a Chiapas, estuve leyendo la Odisea, el famosísimo relato de Homero sobre las aventuras que sufre Odiseo para volver a su tierra y recuperar su hogar, así como de los sufrimientos de su familia mientras le esperan. La lectura es muy interesante, no sólo por los diversos retos atravesados por el héroe, sino por la presentación de la cosmovisión griega de antaño.
A pesar de ser Odiseo el gran héroe de la historia, artífice de la caída de Troya, guerrero de innumerables dificultades y tentaciones en el camino de regreso, que a manera de superhombre de las masas (Umberto Eco) hace su propio juicio final, dando muerte a los malvados y recompensando a los buenos; en esta lectura el personaje más interesante, para mí, fue Telémaco, su hijo.
Telémaco, a lo largo de la historia, va sufriendo un proceso de maduración que lo convierte en un hombre. En el inicio de la historia es un hijo nostálgico de un padre desconocido (para él), es oprimido por los pretendientes de su madre, quienes arruinan el patrimonio familiar intencionalmente con sus fiestas. Finalmente, decide salir a buscar noticias de su padre, en un último intento antes de darse por vencido; lo hace a escondidas de casi todo mundo (incluída su madre), pues sabe que los pretendientes desean su muerte.
Lo interesante del viaje es que no cumple con su objetivo, ni Néstor ni Menelao saben lo sucedido con su padre. En cambio, obtiene una cosa más importante, su identidad de hijo. Así el viaje se vuelve una especie de rito de iniciación. A su regreso, aunque desanimado, ya ha ocurrido un cambio; y justamente en ese momento, conoce a su padre, el encuentro confirma el rito de iniciación iniciado al salir de Ítaca, y a partir de ahí, juntos emprenden la recuperación del hogar, tanto moral como materialmente.

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